lunes, 28 de marzo de 2016

Escribir para curarse



De pequeña, muy pequeña, dedicaba tardes a escribir cuentos. Cuentos con faltas de ortografía y a veces emborronados entre letras torcidas, pero llenos de fantasía. Vaya imaginación tenía. Sin embargo, las matemáticas nunca fueron lo mío, recuerdo lloros y frustraciones por no entender los problemas de fracciones o de divisiones sencillas.  Mi madre, con mucha paciencia, se sentaba conmigo y me ayudaba  muchas tardes a que no se me atragantaran. Nunca fueron mi fuerte, pero las llevé más o menos bien durante la etapa escolar, siempre apoyándome en esos compañeros que se les daba mejor en clase y que me echaban una mano.

Por el contrario, había asignaturas que para mí eran liberadoras.  Mi primer diario lo escribí gracias a un profesor que tuvimos en lengua en primero de secundaria.Siempre le estaré agradecida, aunque igual él no lo sabe, por darnos la oportunidad de expresarnos, de sentir, de amar la lengua y la literatura. Una de las actividades para subir nota ( se llamaban actividades actitudinales) era empezar a escribir un diario. Y ahí empecé, cada día a escribir, a pegar recortes de revistas, fotos, hasta recuerdo pegar una moneda de 25 pesetas. Lo que era una actividad escolar, un deber, se convirtió en mi aliado. Porque lo que escribía en mi libreta, nadie lo leería, y me daba libertad para expresarme y ahondar dentro de mi. Así, escribí mis primeras líneas sobre cosas banales y cosas que me parecían súper secretas y que nadie podría saber. Sobre el cosquilleo por el primer chico que me gustó, los cambios de la adolescencia, la incompresión que tantas veces sentía y que no podía explicar. Sobre las amigas y los buenos ratos que pasábamos en el cole y fuera de él. Páginas y páginas llenas de efervescencia, intensidad, sencillez en las palabras, primeros sentimientos. 


Desde los once años llevo por menos seis cuadernos. Releerlos es trasladarme y volver a sentirme como entonces, revivir momentos. Al leerlo de nuevo veo cómo he ido creciendo y reafirmando mi carácter. Y siento algo de nostalgia  mezclada con alegría, al recordar que siempre he sido feliz, y que ante todo le he sabido buscar la chispa y el lado bueno a cada vivencia. 
Estos últimos años escribo menos, me cuesta pararme más. A veces por pereza, cansancio, o por no querer indagar más, por no dar vueltas.  Y no quiero que pase. Porque en lo diminuto de una palabra, de una letra, se encierran momentos vividos que quedarán plasmados para siempre. Aunque no sea una poeta, aunque sean frases a veces inconexas...es terapia para el alma. Es medicina para un día duro, ajetreado. Es explosión de amor para momentos culmen. Es la cura a muchos problemas, el conocerse uno mismo y detectar sentimientos para poder afrontar situaciones y momentos. Unos lo descubren cantando, otros escribiendo, otros haciendo deporte...Yo  no quiero dejar de encontrar motivos para escribir.

Gracias a la Chica de los Jueves por recordármelo mientras leía su libro, que por cierto, os recomiendo ("Obras de arte y otros relatos")